Voy a escribir sobre lo que es un ensayo o sobre lo que no es. La primera imagen que se cruza por mi pensamiento es la práctica, una rutina, algo repetitivo. Ensayar algo. Ensayemos a ver qué pasa. Practicar es un sinónimo que se me aparece. ¿Pero es acaso el ensayo eso? ¿Tengo la capacidad, autoridad y experiencia para hablar de algo que asomó hace un par de semanas a estos pensamientos que escasamente se entretejen en medio del caos? No lo sé, ¿acaso quién podría hacerlo? Se los dejo a los eruditos, a los que han ensayado escribir ensayos.
El ensayo ni siquiera debe tener una forma y
que tampoco debo pelear por llenar estas hojas de argumentos y citas de autores
que nunca escuché. Montaigne, Adorno, Proust, Cioran, Sontag, Borges, Amara,
Restrepo David y Villano pueden explicar mejor esto. De ellos he aprendido lo
que en estas mil palabras trataré de expresar.
Sí, soy ignorante de la literatura y cambiar esa
realidad no está dentro de mis pretensiones.
Así como no está dentro de un ensayo mencionar
la verdad absoluta, lo irrefutable, tampoco terminar las ideas. Dejar fluir el
pensamiento puede ser una técnica para acercarse a esto.
¿Qué pasa cuando ensayo llegar a otros a través
de mis palabras? Exponiendo en este caso, lo que siento, mientras escribo,
ensayo, como cualquier otra cosa en mi vida, lo que tal vez resultará. ¿cómo
puedo contar entonces estos sentimientos? Lo primero que se me ocurre y en este
marco de ideas puede ser una segunda o tercera característica del ensayo es que
éste puede ser narrativo, que a través de una historia puedo exponer mi punto
de vista. Cuando era niña, tuve un sueño que me ha acompañado a lo largo de mi
vida. Un perro negro grande con ojos rojos se me acerca y me dice “te voy a
comer en brazas”. Recuerdo que la noche en que soñé eso por primera vez, me fui
a la cama de mis papás, estaba temblando de miedo y ellos solo me abrazaban. No
recuerdo por qué exactamente en aquel momento tuve ese sueño, sin embargo, al
pasar el tiempo y en la medida en que este perro llega de nuevo a visitarme he
podido identificar que se acerca cuando algo me angustia. El perro negro es un
símbolo del miedo y llega como una premonición. En el momento en el que
aparece, sé que algo me inquietará. He aprendido a vivir con eso y aunque es
recurrente, en cada una de sus visitas vuelvo a sentir el mismo miedo. Ese
perro negro me recuerda que estoy viva, que sigo siendo esa pequeña que busca
un refugio o que tal vez necesita de otros. Esta noche me volvió a visitar. Lo
ví venir tranquilo, caminando lenta y tranquilamente. Yo estaba paralizada,
como siempre. El perro vuelve a decirme las mismas palabras “te voy a comer en
brazas” y se va. Y no son las palabras, las que además no he comprendido, las
que me dan temor, es su presencia. Por supuesto, el perro envejece conmigo,
pero en el sueño sigo siendo niña. Freud podría interpretar esto de mil formas,
yo me desgasté lo suficiente para tratar de entenderlo, para que no volviera y
ha sido infructuoso ese camino. Uno de los avances en la interpretación de ese
sueño es que el perro es un síntoma del miedo o temor a lo nuevo, a veces a lo
indescifrable, tal como lo es el ensayo.
Y es que, como dice Susan Sontag y muchos
otros, …el ensayo no es un género,
“ensayo” es apenas un nombre, el más sonoro de los nombres que se da a una
amplia variedad de escritos…[1] y
en este sentido también es un ejercicio de libertad individual. El individuo
como eje central, en este caso el escritor. El que plasma a través de su individualidad
algo de tal manera que lo convierte en algo colectivo, para otros. Y eso nos
lleva a uno de los principales rasgos del ensayo, el “yo”. Hablar de sí mismo
desde la propia vida y experiencia. Un claro ejemplo de esto, son los ensayos
de Montaigne, …esto es meramente el
ensayo de mis facultades naturales, y en absoluto de las adquiridas, y quien
sorprenda mi ignorancia, nada hará contra mí, pues difícilmente voy a responder
ante los demás de mis opiniones si no respondo de ellas ante mí, ni las miro
con satisfacción.
Me surge con esto un interrogante ¿Por qué me
cuesta asumir que la realidad del yo, que mi realidad, puede ser incluso la de
otros? El secreto a voces que han descubierto los expertos ensayistas es
identificar la forma en cómo se dice esta realidad individual. Lo ha repetido
muchas veces Jaír en clase, “no es lo que digo, es la forma en cómo lo
digo”. Puedo en el ensayo lanzarme a
hablar sobre cualquier tema controversial[2]
pero es la forma en cómo lo digo, la que puede convertir ese tema controversial
en algo interesante. Esa forma me lleva a asumir lo que digo, a tener una
posición y esta debe ser contundente. Por supuesto, esa posición puede resultar
un tanto egocéntrica y así tiene que ser. Es el camino de asumir y ser dueños
de nuestras propias palabras. Se necesita carácter, uno bien fuerte para
escribir un ensayo, así este sea sobre cualquier tema. Así el tema sea
superficial o profundo, el ensayo se convierte entonces en una forma de
persuadir.
Si volviera a leer este texto de nuevo, una y
otra vez, podría encontrar todas las ideas sueltas, ideas inacabadas, pero es
intencional dejar fluir los pensamientos y más sobre “algo” que apenas conozco.
Estoy ensayando escribir un ensayo. Podría profundizar en algo puntual y
escudriñar a los autores representativos, pero no lo haré. Terminaré con esto:
Para qué escribir algo profundo
cuando solo nos sentimos cómodos nadando en aguas mansas.
Al final de aquel sueño lo supe. No iba por el
buen camino. ¿Acaso alguien me invitó?
[1] El hijo pródigo. Susan Sontag.
[2] Un ensayo puede tratar el tema que se
quiera, en el mismo sentido en que una novela o un poema pueden hacerlo. Pero
el carácter afirmativo de la voz ensayística, su ligazón directa con la opinión
y con el debate de la actualizad hacen del ensayo una empresa literaria mas
perecedera. Tomado de El hijo pródigo de Susan Sontag.
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