martes, 5 de abril de 2022

Ensayo sobre el ensayo

 Voy a escribir sobre lo que es un ensayo o sobre lo que no es. La primera imagen que se cruza por mi pensamiento es la práctica, una rutina, algo repetitivo. Ensayar algo. Ensayemos a ver qué pasa. Practicar es un sinónimo que se me aparece.  ¿Pero es acaso el ensayo eso?  ¿Tengo la capacidad, autoridad y experiencia para hablar de algo que asomó hace un par de semanas a estos pensamientos que escasamente se entretejen en medio del caos?  No lo sé, ¿acaso quién podría hacerlo? Se los dejo a los eruditos, a los que han ensayado escribir ensayos.

El ensayo ni siquiera debe tener una forma y que tampoco debo pelear por llenar estas hojas de argumentos y citas de autores que nunca escuché. Montaigne, Adorno, Proust, Cioran, Sontag, Borges, Amara, Restrepo David y Villano pueden explicar mejor esto. De ellos he aprendido lo que en estas mil palabras trataré de expresar.

Sí, soy ignorante de la literatura y cambiar esa realidad no está dentro de mis pretensiones. Así como no está dentro de un ensayo mencionar la verdad absoluta, lo irrefutable, tampoco terminar las ideas. Dejar fluir el pensamiento puede ser una técnica para acercarse a esto.

¿Qué pasa cuando ensayo llegar a otros a través de mis palabras? Exponiendo en este caso, lo que siento, mientras escribo, ensayo, como cualquier otra cosa en mi vida, lo que tal vez resultará. ¿cómo puedo contar entonces estos sentimientos? Lo primero que se me ocurre y en este marco de ideas puede ser una segunda o tercera característica del ensayo es que éste puede ser narrativo, que a través de una historia puedo exponer mi punto de vista. Cuando era niña, tuve un sueño que me ha acompañado a lo largo de mi vida. Un perro negro grande con ojos rojos se me acerca y me dice “te voy a comer en brazas”. Recuerdo que la noche en que soñé eso por primera vez, me fui a la cama de mis papás, estaba temblando de miedo y ellos solo me abrazaban. No recuerdo por qué exactamente en aquel momento tuve ese sueño, sin embargo, al pasar el tiempo y en la medida en que este perro llega de nuevo a visitarme he podido identificar que se acerca cuando algo me angustia. El perro negro es un símbolo del miedo y llega como una premonición. En el momento en el que aparece, sé que algo me inquietará. He aprendido a vivir con eso y aunque es recurrente, en cada una de sus visitas vuelvo a sentir el mismo miedo. Ese perro negro me recuerda que estoy viva, que sigo siendo esa pequeña que busca un refugio o que tal vez necesita de otros. Esta noche me volvió a visitar. Lo ví venir tranquilo, caminando lenta y tranquilamente. Yo estaba paralizada, como siempre. El perro vuelve a decirme las mismas palabras “te voy a comer en brazas” y se va. Y no son las palabras, las que además no he comprendido, las que me dan temor, es su presencia. Por supuesto, el perro envejece conmigo, pero en el sueño sigo siendo niña. Freud podría interpretar esto de mil formas, yo me desgasté lo suficiente para tratar de entenderlo, para que no volviera y ha sido infructuoso ese camino. Uno de los avances en la interpretación de ese sueño es que el perro es un síntoma del miedo o temor a lo nuevo, a veces a lo indescifrable, tal como lo es el ensayo. 

Y es que, como dice Susan Sontag y muchos otros, …el ensayo no es un género, “ensayo” es apenas un nombre, el más sonoro de los nombres que se da a una amplia variedad de escritos[1] y en este sentido también es un ejercicio de libertad individual. El individuo como eje central, en este caso el escritor.  El que plasma a través de su individualidad algo de tal manera que lo convierte en algo colectivo, para otros. Y eso nos lleva a uno de los principales rasgos del ensayo, el “yo”. Hablar de sí mismo desde la propia vida y experiencia. Un claro ejemplo de esto, son los ensayos de Montaigne, …esto es meramente el ensayo de mis facultades naturales, y en absoluto de las adquiridas, y quien sorprenda mi ignorancia, nada hará contra mí, pues difícilmente voy a responder ante los demás de mis opiniones si no respondo de ellas ante mí, ni las miro con satisfacción.

Me surge con esto un interrogante ¿Por qué me cuesta asumir que la realidad del yo, que mi realidad, puede ser incluso la de otros? El secreto a voces que han descubierto los expertos ensayistas es identificar la forma en cómo se dice esta realidad individual. Lo ha repetido muchas veces Jaír en clase, “no es lo que digo, es la forma en cómo lo digo”.  Puedo en el ensayo lanzarme a hablar sobre cualquier tema controversial[2] pero es la forma en cómo lo digo, la que puede convertir ese tema controversial en algo interesante. Esa forma me lleva a asumir lo que digo, a tener una posición y esta debe ser contundente. Por supuesto, esa posición puede resultar un tanto egocéntrica y así tiene que ser. Es el camino de asumir y ser dueños de nuestras propias palabras. Se necesita carácter, uno bien fuerte para escribir un ensayo, así este sea sobre cualquier tema. Así el tema sea superficial o profundo, el ensayo se convierte entonces en una forma de persuadir.

Si volviera a leer este texto de nuevo, una y otra vez, podría encontrar todas las ideas sueltas, ideas inacabadas, pero es intencional dejar fluir los pensamientos y más sobre “algo” que apenas conozco. Estoy ensayando escribir un ensayo. Podría profundizar en algo puntual y escudriñar a los autores representativos, pero no lo haré. Terminaré con esto:

Para qué escribir algo profundo cuando solo nos sentimos cómodos nadando en aguas mansas.

Al final de aquel sueño lo supe. No iba por el buen camino. ¿Acaso alguien me invitó?



[1] El hijo pródigo. Susan Sontag. 

[2] Un ensayo puede tratar el tema que se quiera, en el mismo sentido en que una novela o un poema pueden hacerlo. Pero el carácter afirmativo de la voz ensayística, su ligazón directa con la opinión y con el debate de la actualizad hacen del ensayo una empresa literaria mas perecedera. Tomado de El hijo pródigo de Susan Sontag.

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